domingo, 21 de febrero de 2016

“MANDAMASES LOCUASES”:

En algunos de los cuentos infantiles que tuvimos la oportunidad de leer en nuestros ya muy lejanos años de nuestra niñez y adolescencia, recordamos con nostalgia aquellos (porque fueron varios), en los que aparecía el Rey de la región, tomando actitudes “curiosas” por adjetivarlas de alguna manera.
            El monarca, por las noches ingresaba a su alcoba dándole “atole con el dedo” a los integrantes de su seguridad, porque aparentaba ir a conciliar el sueño (entre las mullidas almohadas y demás accesorios de su cama) de manera que sus “guaruras” se relajasen y él pudiera actuar sin vigilancia alguna.
            Cuando consideraba que “el anzuelo” había sido mordido, entonces, con el mayor sigilo del mundo se escapaba del dormitorio y del Palacio Real y, convenientemente disfrazado, se mezclaba entre la gente del pueblo que disfrutaba plenamente de lo que ahora se llama “la vida nocturna”.
            Al Rey, en sus escapadas, le iba muy bien porque nadie lo reconocía y menos podían identificar al monarca en un hombre vestido con  harapos; se enteraba de muchas cosas que los de su círculo más cercano, no estarían dispuestos a decirle jamás para conservar su destacada posición en “la rosca” más cercana del poder. Lo único es que tenía que aguantarse las “mentadas de madre” que los ciudadanos le dedicaban por actitudes torpes y estúpidas que se tomaban desde las alturas del imperio y que en nada favorecían a los pobladores.
            De los distintos reyes que adoptaron la misma posición a lo largo del tiempo (disfrazarse para mezclarse entre los pobladores), unos aprendieron la lección y cambiaron su actitud despótica y estúpida por una más democrática y sabia para favorecer a sus súbditos y otros, aquellos que tenían en la cabeza algo “shuco” en vez de materia gris, siguieron, quizá por capricho o porque “aquí yo mando” (tontera en su máxima expresión), cometiendo los mismos o peores errores y obviamente, terminaron mal. Estos no aprendieron la lección que ellos mismos buscaron, pero los otros, los sabios e inteligentes, ellos sí, como en esos cuentos de hadas…”fue feliz, como una lombriz”.
            En estos dorados tiempos, los funcionarios ya no pueden ni quieren disfrazarse para averiguar qué tan ciertas son las “pajas” que les cuentan sus allegados, esos que integran “la rosca impenetrable” y quienes deben contar mentiras, para no perder la posición que tanto les costó ocupar; no les importa la verdadera situación por la que atraviesa la población; ellos lo único que quieren es conservar sus bagres intereses personales repitiendo continuamente: “Jefe, el pueblo os ama”.
            Por eso aconsejan y velan porque “el jefe” aparezca en cualquier oficina, a la hora que sea, cualquier día, para “sorprender” a los empleados en actitudes ilícitas o negativas. Esa actitud ya no funciona; los teléfonos celulares se encargan de neutralizarla y poner en ridículo “al jefe” que, actuando de esa manera, seguirá acumulando rechazo y repudio.
            ¿No sería mucho mejor enviar una nota a los trabajadores de un “departamento” cualquiera y decirles, por ejemplo: “Mañana, 23 de los corrientes, tendré mucho gusto de estar con Uds. a las ocho en punto de la mañana. Salud y vida”?

            Otra cosa, como tratar de sorprenderlos con amenazas previas, es simplemente buscarse el odio más profundo de quienes debieran ser sus mejores colaboradores. 

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