“MANDAMASES LOCUASES”:
En
algunos de los cuentos infantiles que tuvimos la oportunidad de leer en
nuestros ya muy lejanos años de nuestra niñez y adolescencia, recordamos con nostalgia
aquellos (porque fueron varios), en los que aparecía el Rey de la región,
tomando actitudes “curiosas” por adjetivarlas de alguna manera.
El monarca, por las noches ingresaba
a su alcoba dándole “atole con el dedo” a los integrantes de su seguridad,
porque aparentaba ir a conciliar el sueño (entre las mullidas almohadas y demás
accesorios de su cama) de manera que sus “guaruras” se relajasen y él pudiera
actuar sin vigilancia alguna.
Cuando consideraba que “el anzuelo”
había sido mordido, entonces, con el mayor sigilo del mundo se escapaba del
dormitorio y del Palacio Real y, convenientemente disfrazado, se mezclaba entre
la gente del pueblo que disfrutaba plenamente de lo que ahora se llama “la vida
nocturna”.
Al Rey, en sus escapadas, le iba muy
bien porque nadie lo reconocía y menos podían identificar al monarca en un
hombre vestido con harapos; se enteraba
de muchas cosas que los de su círculo más cercano, no estarían dispuestos a
decirle jamás para conservar su destacada posición en “la rosca” más cercana
del poder. Lo único es que tenía que aguantarse las “mentadas de madre” que los
ciudadanos le dedicaban por actitudes torpes y estúpidas que se tomaban desde
las alturas del imperio y que en nada favorecían a los pobladores.
De los distintos reyes que adoptaron
la misma posición a lo largo del tiempo (disfrazarse para mezclarse entre los
pobladores), unos aprendieron la lección y cambiaron su actitud despótica y
estúpida por una más democrática y sabia para favorecer a sus súbditos y otros,
aquellos que tenían en la cabeza algo “shuco” en vez de materia gris,
siguieron, quizá por capricho o porque “aquí yo mando” (tontera en su máxima
expresión), cometiendo los mismos o peores errores y obviamente, terminaron
mal. Estos no aprendieron la lección que ellos mismos buscaron, pero los otros,
los sabios e inteligentes, ellos sí, como en esos cuentos de hadas…”fue feliz,
como una lombriz”.
En estos dorados tiempos, los
funcionarios ya no pueden ni quieren disfrazarse para averiguar qué tan ciertas
son las “pajas” que les cuentan sus allegados, esos que integran “la rosca
impenetrable” y quienes deben contar mentiras, para no perder la posición que
tanto les costó ocupar; no les importa la verdadera situación por la que
atraviesa la población; ellos lo único que quieren es conservar sus bagres
intereses personales repitiendo continuamente: “Jefe, el pueblo os ama”.
Por eso aconsejan y velan porque “el
jefe” aparezca en cualquier oficina, a la hora que sea, cualquier día, para
“sorprender” a los empleados en actitudes ilícitas o negativas. Esa actitud ya
no funciona; los teléfonos celulares se encargan de neutralizarla y poner en
ridículo “al jefe” que, actuando de esa manera, seguirá acumulando rechazo y
repudio.
¿No sería mucho mejor enviar una
nota a los trabajadores de un “departamento” cualquiera y decirles, por
ejemplo: “Mañana, 23 de los corrientes, tendré mucho gusto de estar con Uds. a
las ocho en punto de la mañana. Salud y vida”?
Otra cosa, como tratar de
sorprenderlos con amenazas previas, es simplemente buscarse el odio más
profundo de quienes debieran ser sus mejores colaboradores.
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