TODO TIEMPO PASADO...
Se ha convertido en un lugar común y la afirmación no es totalmente exacta: “Todo tiempo pasado fue mejor”.
Pero
es cierto, nosotros los huehuetecos ya no somos los mismos que vivimos o
vivieron en épocas pretéritas; ya nadie actúa como lo hicieron nuestros
antepasados; las reacciones ante los estímulos son diferentes; ya nada es
igual…Recordemos:
Corría
la década de 1,940; la mayoría de las calles de la cabecera departamental eran
empedradas con declive hacia el centro, por donde corría el agua en la época de
lluvia; en lo que es la 2ª calle, entre 6ª y 7ª avenidas de la zona 1, había un
taller de zapatería muy humilde; un banco, una mesita en donde se colocaban las
poquísimas herramientas, los clavos, las chinches, el pegamento y el dueño del
taller; no recuerdo su nombre pero su sobrenombre denotaba cierta cultura de
quien se lo endilgó: Le decían “Montecristo”; hombre sencillo, callado, de esas
personas que pasan desapercibidas, a no ser por sus ojos claros. El trabajo no
le faltaba; ahí lo veía Ud. todos los días.
Por
otro lado, en aquella época ya existía en la ciudad una Banda Marcial que se convertiría
después en la Banda de Música Civil; uno de los filarmónicos se llamaba Raúl y
me parece que no era nativo de Huehuetenango; se caracterizaba por su carácter
alegre, tal vez en exceso, no paraba de hacerle bromas a sus compañeros y a
quien se le pusiera enfrente.
Raúl
por alguna razón que no recuerdo (probablemente la Banda estudiaba en nuestra
querida Escuela No.1 para Varones cuyo Director era el Prof. Don Javier Estrada
Osorio, o en algún lugar cercano), pasaba por el taller de Montecristo y le
dedicaba tiempo para hacerle bromas sin cuento; el hombre, callado y serio,
pienso que ni siquiera sonreía; seguramente Raúl no le gustaba…hasta creo que
le caía mal.
Una
tarde, Montecristo, estaba de “malas pulgas”; Raúl llegó en el momento menos
indicado; a las primeras de cambio, el hombre se puso de pie abandonando su
querido banco de zapatero y con la filosa cuchilla en mano se dirigió a Raúl y
le cercenó la yugular; el filarmónico cayó muerto con la cabeza sobre
la acera de lo que ahora es “Especialidades Doña Estercita” y el resto del
cuerpo hacia el centro de la calle. Vestía pantalón azul y camisa blanca que se
fue tiñendo rápidamente con el color de su sangre. Montecristo, ni se movió; se
quedó parado en el quicio de la puerta de su taller, inexpresivo su rostro,
esperando que llegara la autoridad para llevárselo.
La
noticia, que recorrió a la velocidad del rayo y clavó sus garras de angustia en
la espina dorsal de la ciudad, conmovió hasta el “mas pintado”; nadie lo podía
creer pero nosotros, los pocos alumnos de la Escuela cercana (Hoy Salvador
Osorio) que por algún trabajo habíamos salido después de las cuatro de la
tarde, fuimos testigos, parcialmente, de aquel suceso que ensombreció la tarde
y ocasionó insomnio en muchas familias.
Y
aquí el parangón: Ayer, aquel suceso fatal ocasionó una tremenda herida en el corazón
y prestigio local; hoy, linchan, asesinan a uno o varios y todos “tan
tranquilos”.
¿El
tiempo pasado fue mejor? O ¿Qué?
Pero la lección mayor se encierra
en el viejo refrán: “De las aguas mansas, líbranos Señor”.
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