domingo, 17 de noviembre de 2013

TODO TIEMPO PASADO...

Se ha convertido en un lugar común y la afirmación no es totalmente exacta: “Todo tiempo pasado fue mejor”.

            Pero es cierto, nosotros los huehuetecos ya no somos los mismos que vivimos o vivieron en épocas pretéritas; ya nadie actúa como lo hicieron nuestros antepasados; las reacciones ante los estímulos son diferentes; ya nada es igual…Recordemos:

            Corría la década de 1,940; la mayoría de las calles de la cabecera departamental eran empedradas con declive hacia el centro, por donde corría el agua en la época de lluvia; en lo que es la 2ª calle, entre 6ª y 7ª avenidas de la zona 1, había un taller de zapatería muy humilde; un banco, una mesita en donde se colocaban las poquísimas herramientas, los clavos, las chinches, el pegamento y el dueño del taller; no recuerdo su nombre pero su sobrenombre denotaba cierta cultura de quien se lo endilgó: Le decían “Montecristo”; hombre sencillo, callado, de esas personas que pasan desapercibidas, a no ser por sus ojos claros. El trabajo no le faltaba; ahí lo veía Ud. todos los días.

            Por otro lado, en aquella época ya existía en la ciudad una Banda Marcial que se convertiría después en la Banda de Música Civil; uno de los filarmónicos se llamaba Raúl y me parece que no era nativo de Huehuetenango; se caracterizaba por su carácter alegre, tal vez en exceso, no paraba de hacerle bromas a sus compañeros y a quien se le pusiera enfrente.

            Raúl por alguna razón que no recuerdo (probablemente la Banda estudiaba en nuestra querida Escuela No.1 para Varones cuyo Director era el Prof. Don Javier Estrada Osorio, o en algún lugar cercano), pasaba por el taller de Montecristo y le dedicaba tiempo para hacerle bromas sin cuento; el hombre, callado y serio, pienso que ni siquiera sonreía; seguramente Raúl no le gustaba…hasta creo que le caía mal.

            Una tarde, Montecristo, estaba de “malas pulgas”; Raúl llegó en el momento menos indicado; a las primeras de cambio, el hombre se puso de pie abandonando su querido banco de zapatero y con la filosa cuchilla en mano se dirigió a Raúl y le cercenó la yugular;   el filarmónico cayó muerto con la cabeza sobre la acera de lo que ahora es “Especialidades Doña Estercita” y el resto del cuerpo hacia el centro de la calle. Vestía pantalón azul y camisa blanca que se fue tiñendo rápidamente con el color de su sangre. Montecristo, ni se movió; se quedó parado en el quicio de la puerta de su taller, inexpresivo su rostro, esperando que llegara la autoridad para llevárselo.

            La noticia, que recorrió a la velocidad del rayo y clavó sus garras de angustia en la espina dorsal de la ciudad, conmovió hasta el “mas pintado”; nadie lo podía creer pero nosotros, los pocos alumnos de la Escuela cercana (Hoy Salvador Osorio) que por algún trabajo habíamos salido después de las cuatro de la tarde, fuimos testigos, parcialmente, de aquel suceso que ensombreció la tarde y ocasionó insomnio en muchas familias.

            Y aquí el parangón: Ayer, aquel suceso fatal ocasionó una tremenda herida en el corazón y prestigio local; hoy, linchan, asesinan a uno o varios y todos “tan tranquilos”.

            ¿El tiempo pasado fue mejor? O ¿Qué?       

            Pero la lección mayor se encierra en el viejo refrán: “De las aguas mansas, líbranos Señor”.

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