domingo, 11 de enero de 2009

¡!SECUESTRO!!

Cuando me compartieron la información no podía dar crédito a lo que escuchaba; sin embargo, tengo que afirmar que por la ingrata profesión a la cual le he dedicado mas de cincuenta años de mi vida, ya casi nada de lo que ocurre a mi alrededor me sorprende; pero lo que les voy a relatar me indigna, me desconsuela y hace que surjan en mi espíritu los peores sentimientos que uno se pudiera imaginar.
En esta pequeña familia Cristiana sostenida principalmente por el amor que ha unido siempre a sus integrantes Mario, Consuelo y Maycom de dos años (los nombres son ficticios), la felicidad era casi un hecho; él, un joven muy trabajador que estaba haciendo “sus cosas” con el “sudor de su frente”; ella, una dama muy cariñosa con su esposo y su hijo, así mismo emprendedora y dedicada a cuidar a “sus hombres” y el chamaquito, juguetón, alegre y saludable como todos los niños que viven en hogares bien avenidos.
El día comenzaba muy temprano para Mario; sus compromisos, para quedar bien con sus clientes que aumentaban a ojos vista, eran para él algo que había que cumplir a rajatabla; cuando no podía con todo, hablaba con otra persona dedicada al mismo negocio y entre los dos todo salía bien y adelante.
Por supuesto, el fruto de su trabajo honrado que repito, principiaba muy de mañana y algunos días terminaba en la madrugada, le dio oportunidad para darle de todo, sin caer en lo ostentoso, a su esposa y su hijo por quienes vivía y trabajaba. Compró un lote y construyó una casa muy bonita, con todas las comodidades que ellos se merecían; los domingos, después de la Iglesia, se marchaban “por ahí”... a dar la vuelta en uno de sus dos vehículos de trabajo. Todo era contento y alegría y no se cansaban de darle gracias a Dios por lo que les regalaba diariamente.
Un día domingo del mes de Diciembre de 2,008, Consuelo como siempre, se dirigió al mercado de La Terminal para realizar las compras de la semana; abordó un bus del servicio urbano, llegó a su destino y...simplemente desapareció.
Por las llamadas telefónicas que Mario comenzó a recibir desde ese momento, supo que los mal-nacidos los habían estado vigilando desde hacía algún tiempo y que también los seguían en algunas ocasiones; también se enteró que a su esposa ya la tenían bien controlada y que el día del secuestro la siguieron desde que salió de su casa y se la llevaron en el momento en que lo juzgaron conveniente.
Con palabras soeces y las mas vulgares que pudieron encontrar en su maldito vocabulario, lo coaccionaron, lo amenazaron y le exigieron Q.300,000.00 de rescate; caso contrario, no volvería a ver viva a su mujer...su adoración. Las llamadas telefónicas no cesaron y casi lo enloquecieron; su suegra se hizo cargo del niño, mientras la situación se resolvía (eso fue lo que pensaron).
En medio de su desesperación, optó por refugiarse en los brazos y en la comprensión de su Iglesia; ellos, cuantos hallan sido, con desconocimiento total de casos tan desesperantes como este, solo pudieron ofrecerle una ayuda económica para pagar el rescate. Nadie ¡Por Dios Santo! Nadie le aconsejó que acudiera a las autoridades de seguridad del País; nadie le dijo que contratara un experto en la materia; nadie le dijo que no pagara; nadie le aconsejó lo mejor y si hubo alguien, Mario no lo quiso escuchar porque ya tenía la presión de la mayoría que le pedía seguir las instrucciones de los delincuentes. Fácil que los acusemos de complicidad con los secuestradores porque con su actitud (reunir dinero para pagar un rescate), lo único que lograron fue contribuir al florecimiento del negocio criminal de estos infames.
No se con certeza cuanto dinero reunió Mario, pero la cantidad que haya sido, le costó literalmente “un ojo de la cara” porque ellos como familia, solo contaban con los pequeños ahorros normales de personas que administran bien el dinero de su trabajo.
Los desgraciados “aceptaron” la cantidad y en un momento determinado le dijeron que podía recoger a su esposa en un lugar conocido entre las zona 3 y 4 de la ciudad.
Cuando llegó, ahí estaba su mujercita hecha un guiñapo, una piltrafa humana; los quince días que la tuvieron secuestrada estos hijos de mala madre, sirvieron para destrozarla espiritual y materialmente; la torturaron, la vejaron horriblemente, destrozándole el cuerpo y el alma; se la devolvieron sí, pero ya no es su Consuelo del alma. Ella está desquiciada; no habla, no come, no quisiera ni respirar; solo llora con una amargura que parte al mas pintado. Solo un pequeño hilo de ternura la mantiene pegada a la vida, por sus “dos hombres”; pero yo, ya demasiado cansado para saber de esto, pienso que ella lo que mas quiere, es irse para siempre a descansar ante la presencia del Señor.
Su Iglesia le va a pagar un tratamiento psiquiátrico y psicológico, pero ¿Quién va a encargarse de reunir los millones de pedacitos en que se convirtió este hogar? ¿Quién se responsabilizará de reparar todo lo que destruyeron estos hijos de perra? Solo Dios y que El, en su infinita sabiduría me perdone, pero los autores de esta horrenda tragedia merecen no una sino mil muertes dolorosas, las peores del mundo; merecen que estacas ardientes les penetren por todo el cuerpo y que las imágenes vivas de sus múltiples fechorías les acompañen desde ahora, haciéndoles imposible la vida, hasta que principien a arder en el fuego infernal de la muerte lenta y tormentosa que merecen.
Desde lo mas profundo de mi corazón lamento mucho lo que le ha pasado a esta noble familia, pero esta impactante historia se convierte en una lección para todos: NO PAGUEN JAMAS UN CENTAVO DE EXTORSIÓN O RESCATE. ¡Denúncielo! Contraten un experto y sigan sus instrucciones; el sabrá como resolver el problema lo mejor que pueda y oren fervorosamente ante la presencia de Nuestro Señor.
¡Que Dios nos proteja y nos acompañe!

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