EL RINCÓN DE EDWIN. Expresar amor sin ser esclavo.
“Esta es una pequeña muestra de mi aprecio por ti”. Es una expresión no muy usual en Latinoamérica, pero muy frecuente en los países de habla inglesa, aplicada cuando se hace entrega de un obsequio a la persona amada, a través del cual se demuestra que existe dentro de la persona que brinda un presente, un enorme sentimiento de amor, tan grande, que no se puede entregar ningún bien material equivalente, por lo que solamente se escoge algún objeto como símbolo de ello.
Se reconoce que los seres humanos se desenvuelven tanto en la dimensión material o física, como en la inmaterial que muchos denominan dimensión metafísica o espiritual. La primera es limitada, en ella existe la escasez; mientras que en la segunda no existen los límites, es infinita, los recursos abundantes. Por los recursos materiales es necesario pagar un precio, el cual es más elevado a medida que son más escasos y brindan mayor placer, mientras que todo lo que corresponde al mundo metafísico, por su abundancia ilimitada, es gratuito.
Las necesidades de los seres humanos no son exclusivamente materiales ni exclusivamente espirituales, sino que dependiendo de las circunstancias del tiempo y del lugar, necesitarán más de un componente que del otro, de forma individual. No solamente necesitan satisfacciones espirituales, ya que mueren de hambre; ni solamente requieren satisfacciones materiales, ya que mueren por falta de amor. Por una parte tienen una disponibilidad infinita de amor para entregar, pero una disponibilidad limitada de bienes materiales para regalar.
Es claro que el sentimiento de afecto o amor de una persona hacia la otra es tan inmenso, que quisiera regalarle el mundo entero o al menos todas las riquezas de la Capilla Sixtina, pero si tan sólo se cuenta en el bolsillo con los diez quetzales ganados con el sudor de la frente la tarde de ayer y dadas las necesidades propias, es necesario comprar cuatro quetzales de tortillas, dos huevos de gallina, sal, aceite, café y azúcar para el desayuno con un costo de cuatro quetzales más; solamente se tendrá disponibilidad de dos quetzales para poder adquirir un obsequio para el ser amado.
Posiblemente, dichos dos quetzales solamente alcanzarán para comprar una humilde flor en la venta de la esquina o dos deliciosos helados de frutas de un quetzal por cada uno de la tienda de Doña Mary en la zona siete. Las riquezas de la Capilla Sixtina o todo el oro del Fuerte Knox quedarán para después. El enorme afecto sentido en lo más profundo del corazón será expresado al ser querido a través de la fragancia y los bellos pétalos de la corola o del delicioso sabor y los nutrientes de las frutas congeladas. Elegirá aquello material como símbolo de la existencia de la inmensidad inmaterial, tratando de adivinar las valoraciones del ser amado, con que se provea la satisfacción física y metafísica ideal, con lo poco que posee. La producción de la tarde anterior no permite más.
La disponibilidad de recursos para regalar, por tanto, está limitada por la producción previa de cada persona, aunque en la fantasía o la imaginación, la persona dispuesta a brindar un obsequio se crea la dueña de la fortuna de Bill Gates. El problema reside cuando no existe un pleno reconocimiento de la realidad y la persona se embarca en el proceso de esclavización de sí misma, motivada por el deseo de expresar su afecto, ya que si solamente dispone de dos quetzales para el obsequio, posiblemente acuda al endeudamiento, ya que pudiera querer expresar su sentimiento con un hermoso anillo de oro de doscientos quetzales.
En tal caso, quedará comprometida a pagar el adeudo con la disponibilidad de dos quetzales de cien tardes futuras, que aún no han ocurrido (más intereses si se acude al crédito). Sin embargo, la infinita satisfacción inmaterial del que regala, por el nivel de satisfacción recibida de quien obtuvo el obsequio, derivado de la combinación de placer material e inmaterial, compense con creces el sacrificio por comprometer los ingresos futuros. Tal decisión es diferente en cada persona. No sabemos qué puede otorgar más satisfacción a quienes reciben los regalos, si las rosas, los helados o los anillos de oro.
Sin embargo, de lo que estamos seguros, es que menos penas futuras sufrirá aquél que exprese su cariño con bienes adquiridos con los recursos previamente producidos, aunque sean muy modestos, que aquél que exprese su afecto empeñando los inciertos recursos a producir en el futuro. En caso de optar por obsequiar anillos de oro, el obsequiante deberá incrementar previamente mucho más su producción y una vez obtenida, adquirir la joya y entregarla al ser amado, para expresar amor sin ser esclavo.
Edwin Rocael Cardona Ambrosio
Diciembre de 2010
Diciembre de 2010
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